Siguiendo el cauce ocasional del Barranco de la Clamor, el ondulado relieve está salpicado de rocas de arenisca que la erosión ha redondeado, formando un extraño paisaje. Algunas son singulares y protagonizaron leyendas como la de la aparición de Santa Lucía; otras sirvieron de atalaya y fortaleza, como la de Santa Margarita.
Azara tiene en común con las vecinas poblaciones de Abiego, Azlor o Peraltilla, su pasado musulmán y haber sido conquistada por las tropas aragonesas de Pedro I en 1095, en definitiva un rico pasado, del que son buena muestra los restos de su fortaleza y su iglesia parroquial, construida en el siglo XVI siguiendo los cánones del estilo gótico tardío.
El nombre de Azara suena bien en cualquiera de las variantes usadas en el pasado: Azar, Azahara, Assara y Zaara. Rememora un lugar apacible, de sol brillante, de suave paisaje tapizado de cultivos amables.
Las pequeñas parcelas de cultivo, entre los ondulados montes, se dedican al cereal, al almendro, la vid y el olivo. Sus fértiles huertos son regados gracias al ingenio que trajo el agua. Sólo hay que acercarse a los muchos aljibes excavados en las rocas de los alrededores para almacén del agua de lluvia o a los pozos que en medio de los huertos, traen todavía hoy a la superficie el agua oculta bajo la tierra mediante sistemas olvidados: los ceprénes.
La población de Azara se articula en una calle principal que, desde la iglesia de Santa Lucía, lleva a la plaza y en otra vía que desde ésta comunica con una zona más moderna y ajardinada. Paseando por sus calles se encuentran bellas casas de piedra y ladrillo, con hermosas portadas abiertas en arcos de medio punto de perfecto trazado. Son las casas típicas del Somontano, en cuyas entrañas siempre hay un lugar para que fermente el mosto y, convertido en vino, salga a la luz pleno de aroma y color desde su oscuro y tranquilo reposo en las subterráneas bodegas.