Cuenta la leyenda que en el santuario de Dulcis se apareció la Virgen sobre un panal de miel, de ahí la advocación del Santuario a la Virgen de Dulcis.
Dulcis pronto se convirtió en el principal centro romero del curso medio del río Vero, y aquí acudían los peregrinos de Alquézar y de todas sus aldeas, (Buera, San Pelegrín, Radiquero, Asque y Colungo), para pedir los favores de la Virgen, que obraba milagros en cuantos se encomendaban a ella. Sanaba a los inválidos, salvaba a los hombres de morir ahogados cuando el río bajaba crecido y libraba a los niños de tan temibles enfermedades como los lamparones (inflamación de los ganglios, síntoma de la aparición de otras enfermedades, entonces mortales, como la tuberculosis).
Del fervor que suscitó durante esta época de esplendor la imagen de la Virgen de Dulcis, dan cuenta los numerosos “prodigios” que realizaba en sus devotos, algunos de los cuales fueron recogidos en el siglo XVIII por el Padre Faci y por Tones y Abizanda:
“Los Milagros, que aquí ha obrado el poder de N. Sa. son muchos (...). Un Peregrino tan impedido, que para buscar el alimento, se valía del alivio de un Jumentillo, visitó esta S. Imagen, y de repente quedó sano, y dexó para testimonio el sombrero, y bordón. Una niña de doce años, tullida desde su nacimiento, en la misma Missa, que sus Padres hizieron celebrar por su salud, quedó sana. Un niño baldaddo, de edad de catorce años, no hallando remedio humano, dava voces a sus Padres para que lo llevaran a N. Sa. de Dulcis, y luego, que lo llevaron, oyendo Missa en la Capilla de N. Sa. se levantó, y passó el Missal, y sirvió al Sacerdote en lo restante a la Missa. Un soldado queriendo profanar el S. Templo de María Ss. hizo, le abrieran, y queriendo entrar montado en su caballo, este quedó inmovil fuera, y jamás quiso entrar; si no que milagrosamente se humilló, enseñando el Bruto más racional que su Cavallero, que éste era más bruto, que él, y a venerar los Sagrados Templos”.
El mismo Tones y Abizanda relata en el Lumen los milagros que la Virgen obró en su persona: le libró a él y posteriormente a su hermana de una enfermedad infantil a la que se refiere con el término de “lamparones”; habiendo caído al río y ante el temor de ahogarse, invocando a Nuestra Señora de Dulcis salió con bien del trance; por último “hallándome Prior del Dicho Santuario, y Convaleciente de una enfermedad, tenía para descargar la Cabeza un alfiler crecido como una aguja de coser y con la cabeza muy gruessa, lo pasé por un caño de la nariz, llevoselo la respiración, invoqué a la Virgen y no me hizo ni dio pena alguna, ni se que tal alfiler haya salido”.
En siglos pasados, fue frecuente que en épocas de sequía, se trasladara la imagen de Santa María de Dulcis en procesión, para obtener del cielo el beneficio de la lluvia. De estos actos religiosos da cuenta la documentación relativa al santuario y recogida por su prior en el siglo XVIII: Y no dize nada, si llovió o no llovió con esta diligencia. Podemos creer, llovería, porque siempre que se ha ido a su Cassa y Santuario a venerar (···), en todos tiempos nos ha socorrido.
Eran tantos los milagros, tantos los prodigios que obraba la Virgen en sus más fieles devotos, que a este lugar acudían todos los años, en septiembre, decenas, cientos, miles de peregrinos. Tantos eran los romeros, que los vecinos de Buera, hubieron de pedir al Obispo que les permitiera cambiar la fecha de la romería a mayo, porque los peregrinos se comían las uvas de las vides del camino, que eran el único sustento de las gentes de la zona.
Hoy esta tradición sigue viva y el segundo domingo de mayo, los vecinos de Alquézar y sus aldeas, siguen acudiendo aquí en romería para venerar la imagen de Nuestra Señora de Dulcis
En el Torno de Buera, para trasvasar el aceite de los depósitos a los recipientes de boca estrecha en los que se trasportaría, eran necesarios embudos de hojalata que se dejaban escurrir en una pileta. El aceite que día tras día se acumulaba allí era el que se donaría al Santuario de Dulcis para iluminar la lámpara de la Virgen. Asegura la tradición que untar la lengua de los niños pequeños con aceite de la lámpara que arde junto al altar, les concede facilidad de palabra.