Los esconjuraderos son sencillas construcciones de piedra normalmente ubicadas en lugares cercanos a las iglesias. A veces el propio campanario hace las veces de esconjuradero, como sucede en Castejón del Puente, Colungo o Ponzano. En Adahuesca está integrado en la propia iglesia, encima de la sacristía. Una de sus fachadas da al Oeste, por donde vienen las tormentas veraniegas rebotadas de la Sierra, casi siempre cargadas de pedrisco.
La finalidad de estos espacios mágicos era la de conjurar o alejar las pedregadas mediante rituales que incluían oraciones a Santa Bárbara y San Bartolomé, agua bendita, imágenes y cruces y tañidos de campanas... Así se evitaba la ruina de la cosecha.
Cuenta la leyenda que tras los oscuros nubarrones se esconden las brujas. Todos conocían su facilidad para convertirse en viento y granizo. Por eso cuando se acercaba una tronada, el vecino que tenía en casa el forniello (cruz de madera) debía avisar al párroco y subir al esconjuradero donde se iniciaba el ritual para alejar las nubes. Al mismo tiempo, los lugareños colocaban en las ventanas cuchillos y tijeras apuntando al cielo, prendían velas o sacaban a la plaza las reliquias de las Santas Nunilo y Alodia en un intento de deshacer la tormenta.
No siempre lo conseguían porque en la zona vivían brujas muy poderosas, como Juana Bardaxí, que urdían mil y un hechizos en los aquelarres que celebraban en el Monte Asba.
Santa Bárbara bendita
trae el sol y el trueno quita