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El Monasterio de Nuestra Señora de El Pueyo se encuentra a unos tres kilómetros de Barbastro en dirección a Huesca. Se sitúa en lo alto de una colina, a 630 metros de altura, pudiendo contemplar desde allí una espléndida panorámica de la comarca de Somontano de Barbastro y los Pirineos centrales y orientales. Además de por sus vistas, también merece la pena conocerlo por su interesante historia. 

El enclave de El Pueyo está vinculado a la tradición religiosa de la zona. De hecho todo comenzó en el año 1101, cuando cuenta la leyenda que un pastor llamado Balandrán estaba apacentando un rebaño de ovejas y de pronto de entre las ramas de un almendro se le apareció la Virgen del Pueyo y le pidió que allí construyeran una capilla en su nombre. Y así se hizo. 

Varias congregaciones se han establecido en el monasterio desde aquellos lejanos días, hasta que en 2009 y hasta la actualidad se hizo cargo el Instituto del Verbo Encarnado. En cuanto a la estructura del templo, la iglesia Medieval se levantó en el centro de una prominente roca, su parte más antigua es la nave y esta se separa de la cabecera por una verja de hierro. En una sala del monasterio se halla el sepulcro de San Baladran, el hombre que presenció la aparición de la Virgen. Cuenta la tradición popular que las jóvenes casaderas debían extender sus brazos y ser capaces de abarcar toda su longitud para así aspirar al matrimonio.

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En la parte más alta de la villa se eleva una peña aislada, llamada “de la Espada” por tener esa forma... Dice la leyenda que una cruz hendida en la roca indicaba el límite sur del antiguo Reino de Sobrabe, aquel que se extendía más allá de la Sierra de Arbe, Sobre Arbe. Junto a ella aún se pueden ver los restos del viejo castillo, primero musulmán y tras la batalla del 1094, definitivamente cristiano.

Si el castillo representaba la espada, el poder militar y civil, la iglesia que se construyó junto a él simbolizaba el poder religioso, la fe.

El pequeño templo románico que precedió al actual, a los ojos de los hombres del siglo XVI debió aparecer como un edificio viejo, lóbrego y oscuro. Ese cambio de gusto y sus pequeñas dimensiones para una población próspera y en crecimiento, llevaron al Concejo de la Villa a plantear la construcción de una monumental iglesia que, a juzgar por sus dimensiones y su calidad, debió requerir un notable esfuerzo económico.

Se pueden rastrear sus orígenes románicos entre los casi ocultos muros de la torre: en su primer cuerpo, se ven los vanos del antiguo campanario medieval.

Naval obtuvo ingresos lo suficientemente importantes como para acometer una obra de tal envergadura gracias a la explotación de sus milenarias salinas, cuyo comercio desde la época medieval, se había extendido por todo el Reino de Aragón..

En la década de 1580, un excelente cantero llamado Joan Torón, buen conocedor de la piedra y del arte de la arquitectura, dirigió la construcción de esta iglesia.

Las últimas décadas del siglo XVI vieron cómo se alzaba la iglesia, homogénea y monumental, erigida sobre potentes muros de mampostería construidos para salvar el desnivel del acantilado rocoso. En todo sigue los principios de la arquitectura gótica de la época. Consta de una nave y cabecera poligonal, cubierta con bóvedas de crucería estrellada, que concentran la riqueza decorativa del interior del templo. Ventanas abiertas en lo alto de los muros, subrayan la importancia de las bóvedas.

El gótico se renueva en la portada, a través de una máscara decorativa renacentista, cuyo modelo es el arte de la Antigüedad. 

 

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A comienzos del siglo XIII la burguesía había conquistado una importante posición social y política, el comercio generaba riqueza y Barbastro había crecido. Frente a la crisis que vivían los monasterios cistercienses y benedictinos, los franciscanos aparecieron con nuevas respuestas para esta sociedad cambiante.

Con un humilde espíritu de pobreza, en vez de alejarse del mundo se instalan en las ciudades; en vez de esperar a que los hombres vengan a ellos, salen a su encuentro: no hablan sólo en la iglesia, sino también en las plazas, dirigiéndose al pueblo, a los soldados, a los niños...

En el siglo XIII se instalan en Barbastro. En origen se trató de una iglesia sobre todo funcional, que respondía a uno de los modelos de mayor éxito entre la arquitectura religiosa de la época: una sola nave a la que se abrían capillas encajadas entre los contrafuertes. La nave, al carecer de columnas o pilares, permitía una visibilidad perfecta y una adecuada audición del predicador.

Era una obra de grandes dimensiones pero construida con materiales modestos, como el tapial, el ladrillo o el aljez (yeso).

En la actualidad apenas nada ha sobrevivido de las antiguas dependencias conventuales: claustro, celdas, dormitorio, refectorio, ... Tan sólo en la Plaza de San Antonio, se puede reconocer la planta del antiguo claustro y el trazado de sus muros en los que se percibe aún la cadencia de las pequeñas ventanas de las celdas, hoy transformadas en casas particulares.

Entre los siglos XVI y XVII y en dos fases sucesivas, el espacio interior de la iglesia medieval se transformó. La amplia nave se cubrió con bóvedas de crucería estrellada realizadas en ladrillo. Los nervios se hicieron de yeso, las bóvedas se pulieron y como era habitual en estos templos, se pintó de color pardo una red para imitar juntas de sillares de piedra.

La antigua capilla de los Claramunt, que abre a la cabecera, hoy hace las funciones de sacristía. A principios del siglo XVII fue decorada por Rafael Pertús, pintor renacentista zaragozano. La decoración mural se completó con un bonito zócalo de azulejos probablemente salidos de los alfares de Muel (Zaragoza).

Por una escalera desciende a la cripta abovedada. Allí hay un banco corrido a lo largo de todo su perímetro, dividido en quince sitiales tallados en piedra. En este banco se colocaban los cuerpos de los difuntos; los muros de la cripta servían de respaldo a los cadáveres.

Algún tiempo después de la construcción de la cripta se debió cuestionar la bondad de un sistema de enterramiento tan poco higiénico. Por eso se rebajaron los brazos de algunos sitiales para colocar sobre el banco ataúdes de madera.

Cerca de la cabecera se abre una pequeña capilla cubierta con bóvedas de crucería estrellada de hermoso trazado. Está dedicada a Ceferino Giménez Malla, «el Pelé». Este gitano, honrado tratante de mulas, sabio analfabeto, enseñaba a rezar a los niños, les animaba a respetar a pájaros, las flores y las hormigas y les daba pan y chocolate para merendar en aquellos años de miseria. En plena Guerra Civil española fue detenido y fusilado con un rosario en las manos. El Papa Juan Pablo lo beatificó en 1997. La escultura del santo es obra del artista Juan de Ávalos.

 

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El caso de la Iglesia de Santa María la Blanca, la bella iglesia románica de Berbegal, es bastante llamativo. Se proyectó en los primeros años del siglo XII como una gran iglesia de tres ábsides y tres naves cubiertas con bóvedas de medio cañón, pero por motivos económicos las obras se detuvieron cuando se había edificado la cabecera, el transepto y un tramo de las naves y no se retomaron hasta finales del siglo XII. Cuando se reinició su construcción se hizo apresuradamente y de peor forma. Así que podemos decir que esta iglesia, que tuvo gran importancia llegando a ser incluso colegiata, está de alguna manera inacabada. Lo que hace aún más obligatoria la visita, por su singularidad.

 

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