Ruta del Agua
Los puentes de Barbastro

La orilla derecha del río Vero estuvo protegida por fuertes murallas sobre las que más tarde se edificarían las casas. Éstas, de considerable altura, formaron un frente compacto y macizo. La protección de la ciudad se completaba con el mismo río, que junto a las murallas, actuaba como foso defensivo natural.
El acceso a Barbastro desde la orilla izquierda sólo era posible mediante los puentes que conectaban con las puertas de la ciudad.
El Puente del Portillo, aguas arriba, fue reconstruido en el siglo XX de forma similar al que allí hubo. Aquel, de ladrillo y tres ojos, debió ser construido hacia 1600 y fue volado en la última Guerra Civil. En la época medieval ya existió un puente para facilitar el acceso al Arrabal, que probablemente fue de madera. Su propio nombre, Portillo (puerta estrecha o pequeña), hace pensar que no fue el acceso principal.
El de San Francisco, así como la puerta que conectaba con él, recibió su nombre del convento de franciscanos que se había establecido cerca en el siglo XIII. El aspecto de aquel puente nos lo muestran viejas fotografías. La puerta fue demolida en 1936 “por decoro público, por altas razones de higiene urbana y por estética”.
El río Vero, poco caudaloso durante el estiaje, es famoso por sus esporádicas pero súbitas y destructivas crecidas. Antes de que fuera canalizado las aguas destruían todo a su paso y la población de las casas cercanas había de ser evacuada. Las fábricas de los puentes, una y otra vez arrasadas, hubieron de ser sucesivamente rehechas a lo largo de los siglos
El salto, presa o azud era una barrera que desviaba el agua del Vero hacia una acequia. La continua erosión del río y los destrozos ocasionados por las crecidas motivaron constantes reparaciones en el azud, que desapareció con la canalización del río hacia 1969.
Puentes medievales. Olvena

Con sus numerosos ríos y su población dispersa en pequeños núcleos, Guara Somontano ha estado tradicionalmente cruzado por multitud de caminos que debían salvar congostos como el de Olvena.
En la época medieval, la construcción de un puente era un lujo por lo costoso. Sólo se acometía cuando se tenían cubiertas otras necesidades más importantes (como los edificios religiosos o las defensas), en ríos muy caudalosos o en puntos de fuertes desniveles.
Solo los reyes, los ricos y poderosos podían asumir los gastos de su construcción. Por eso, lo más frecuente era que se financiase con limosnas que se pedían en las principales ciudades y villas del reino a cambio de indulgencias y de legados de testamentos, (aunque estas aportaciones eran marginales por su escasa cuantía).
La magnitud de estas obras y su perdurabilidad más allá de las generaciones de los hombres atribuyeron a los puentes un carácter mágico y sobrenatural. Por eso y también por su atrevimiento técnico, es frecuente que las leyendas, como aquí, pongan al mismo diablo como artífice.
Se cuenta que una bella muchacha de Olvena, harta de tener que vadear el río como todos sus vecinos para llegar al pueblo, ofreció su alma al diablo a cambio de que éste construyera un puente, con la única condición de que el demonio lo tenía que hacer a lo largo de una sola noche. Satanás aceptó el trato y quedaron en que si él edificaba el puente antes de que cantara el gallo, la muchacha le entregaría su alma.
Pese a que las artimañas del diablo hicieron que el puente se alzara en tan solo una noche, poco antes del amanecer la chica puso un candil delante del gallo, que creyendo que era de día, cantó. El diablo dejó la obra inconclusa (a falta de la última piedra), perdió su apuesta y tuvo que huir a los infiernos sin conseguir su propósito.
Esta leyenda nos la pueden contar en muchos otros lugares de Aragón casi con el mismo argumento pero cambiando el escenario, sin embargo es éste uno de los lugares donde es más fácil evocarla.
Los puentes medievales son estrechos porque entonces los caminos no eran más que sendas. Sólo se empezarían a hacer más anchos cuando se difundió el uso del carro. Suelen asentarse sobre la roca, que les proporciona buenos apoyos para los cimientos. Por eso su construcción es más compleja y requirió más esfuerzo que la de los puentes más modernos, que a menudo se alzan sobre el lecho del río. Por su mejor fábrica y acabado, su durabilidad es mayor y han resistido mejor las súbitas e intensas crecidas de nuestros ríos.
Como los de la Sierra o el del Diablo, los puentes medievales suelen tener un solo arco pero de considerable luz y altura, lo que les proporciona una hermosa y esbelta silueta.
El puente del diablo consta de un gran ojo central de medio punto, apeado en la roca viva, en la que se ha labrado asiento en ambas orillas. En los laterales, sendos ojos pequeños, sirven de aliviadero.
Al Puente de la Sierra se llega aguas arriba, tras dejar el coche en un pequeño ensanche al final de un largo túnel y caminar apenas 100 metros. Es el más impresionante por la gran altura a la que se alza.
Pasaderas. Pedruel

La comunicación entre los pueblos del Valle de Rodellar se articuló, durante siglos, a través de una extensa red de buenos caminos cercados por muros de piedra seca, que impedían al ganado acceder a los cultivos.
Para salvar obstáculos como el paso del río se construyeron puentes (el de las Cabras o el de Pedruel) o simplemente pasaderas, grandes piedras que permitían a las personas pasar de una a otra orilla sin mojarse.
Junto a los troncos echados sobre el cauce, la colocación de piedras o losas es el sistema más antiguo y simple que ha venido usando el hombre desde la prehistoria. El vado de Pedruel se podía salvar gracias a estas pasaderas.
El aprovisionamiento de materiales o la necesidad de llevar el cereal hasta el cercano Molino de la Valle, requería el uso de caballerías para facilitar el transporte de las pesadas cargas. Burros, asnos, y mulos cruzaban también sobre las pasaderas.
Sin embargo, después de las tormentas, era frecuente que el tráfico quedara interrumpido ya que las piedras eran arrastradas con las grandes crecidas del Alcanadre. Una y otra vez, después de cada avenida, los vecinos de las población debían recolocar las piedras con gran esfuerzo para recuperar el paso.
Fuente de las Calzadas. Barbuñales

En 1571 el Concejo de Barbuñales encargó a Simón de Carre y Rodrigo del Camino la construcción de esta fuente.
Como muchos otros canteros, los dos eran naturales de Ajo, Santander. El trabajo les había traído a Guara Somontano, ya que se vivía una época próspera, se habían emprendido muchas construcciones (puentes, capillas, iglesias, casas solariegas) y el buen hacer de sus paisanos era reconocido en todo el Reino. Habían trabajado en Cuenca, en Zaragoza; habían construido puentes, capillas y molinos y tras concluir su trabajo en Barbuñales recibirían el encargo de construir en Barbastro la desaparecida Fuente del Muro, en la Tallada.
Aunque esta fuente es austera y funcional, los sillares de piedra, cortados con tanto esmero y cuidado como los que se hubieran destinado a una iglesia, aportan nobleza a la construcción.
Este modelo, que aunaba de forma inteligente las cuatro funciones, se mostró tan eficaz que se seguiría utilizando durante cientos de años sin apenas variantes, desde que apareciera en la segunda mitad del siglo XVI. Como sucede con casi todas las fuentes de Guara Somontano, el agua se canalizó y condujo desde más lejos, hasta este lugar en el entorno del pueblo.
La conducción subterránea se hizo mediante unos caños de barro cocido llamados alcaduces, que habían de cavarse harto hondo ya que muy mejor se conservan quanto más bajos están puestos dentro de tierra y también el agua es más fresca en el verano y en el invierno no hay peligro de yelarse. Aunque se hacían alcaduces también de madera y de metal, los de barro eran los más baratos, los más usuales y los que hazen mejor sabor de agua porque la agua, estando en la tierra, está en su asiento universal.
Éstos se encargaron a un alfarero de Barbastro llamado Batlanau. Por los 2.000 alcaduces que completaban la conducción de 800 metros cobraría 700 sueldos jaqueses.
En los lugares de secano la fuente era el único medio de proveerse de agua. Aquí se llenaban los cántaros para beber en casa, abrevaban las caballerías y los ganados, se lavaban de vez en cuando las ropas y el agua sobrante aún se encauzaba para regar con ella los huertos cercanos.