Una vez en el Tormillo, no es mala idea acercarse a la ermita de San Jorge, construida en el siglo XIII. Y es que resulta que en ese siglo se extendió por el Alto Aragón un modelo de templo caracterizado por la sencillez, por la reducción de todo lo superfluo y por la funcionalidad. Y no por ello menos bello.
De similares características y cronología son las ermitas de San Miguel de Lascellas, cuya portada se decora con puntas de diamante, San Bartolomé de Torres de Alcanadre o San Fructuoso de Bierge, también de belleza austera.