Ruta de las ermitas
Santuario de la Carrodilla. Estadilla

En la bella Sierra de la Carrodilla aguarda a los visitantes más curiosos el Santuario de la Virgen de la Carrodilla, una bonita excursión en la que se disfruta a partes iguales tanto de la naturaleza como de la arquitectura del templo.
Según la tradición, la Virgen de la Carrodilla tiene su origen en la aparición a dos carboneros que iban a hacer leña al monte. La Virgen se apareció sobre su carro y les pidió que se erigiera allí un santuario para venerarla. Dieron cuenta a los vecinos de Estadilla, pero éstos no sólo no les creyeron, sino que se burlaron de ellos. Cuando regresaron ante la Virgen, ésta hizo un milagro para que fueran creídos: la mano de uno de los carboneros quedaría pegada a su mejilla de modo que no habría fuerza humana capaz de despegarla. Así les creyeron y se erigió allí un santuario.
El santuario cuenta con diversas estancias (casa, patios, corrales, pórticos...) de las que la iglesia constituye el edificio principal. El templo actual, levantado entre los siglos XIV y XV, está compuesto por una nave a la que se abren varias capillas añadidas con posterioridad. El interior destaca por la armonía de proporciones, por el excelente trabajo de cantería y por su sobria elegancia. Hoy en día aún se celebra una popular romería hasta el templo.
Ermita del Santo Cristo. Olvena

La Ermita del Santo Cristo, construida en el siglo XII, se encuentra en lo más alto del congosto de Olvena, en un lugar espectacular en el que se situaba la fortificación que controlaba la confluencia de los ríos Ésera y Cinca.
El templo ocupa la zona más oriental de la plataforma, mientras que el castillo debió localizarse en el actual cementerio. Se inscribe pues en el extenso grupo de pequeños templos y ermitas asociadas a los restos de un castillo y su carácter castrense se ve acentuado por las dos estrechas aspilleras marcadamente defensivas abiertas en el muro occidental.
Es de planta rectangular cubierta con bóveda de medio cañón y en origen constó de un ábside semicircular que desapareció probablemente por derrumbe y fue sustituido por un testero plano en el siglo XVIII.
Un par de contrafuertes añadidos refuerzan el muro norte. La puerta se abre en arco de medio punto dovelado, de sencilla factura y sin decoración.
Ermita de San Juan. Peralta de Alcofea

La Ermita de San Juan, construida en época medieval (siglo XIII), ha llegado a nuestros días con abundantes modificaciones. Los restos que se observan en su entorno corresponden al trazado de la primitiva iglesia, de grandes dimensiones, de una sola nave de planta rectangular, dos tramos y cabecera poligonal.
Junto a estos restos arqueológicos se puede ver una sepultura antropomorfa excavada en la roca. La existencia en este lugar de un enterramiento aislado, no integrado en una necrópolis expresa diferenciación social y económica y una personalidad destacada del individuo enterrado allí. En esta época en la que la mayoría de las personas eran inhumadas de manera anónima en vastos cementerios comunes, a veces simples descampados, contar con una sepultura perpetua era un indicio más de la elevada extracción del difunto, del que por otra parte, nada sabemos.
Tratándose de un personaje acomodado, probablemente tras su muerte debió ser envuelto en un sudario de tela blanca y velado por los familiares, antes de ser trasladado hasta el lugar del enterramiento, acompañado de un solemne cortejo con luminarias y plañideras contratadas para la ocasión. Durante el trayecto se escucharían cantos, plegarias y llantos y las campanas doblarían para ahuyentar a los demonios.
En Peralta de Alcofea, al alba sonaba una campana para despertar a los labradores y a las 11 anunciaba el momento en que las mujeres se ponían en marcha hacia el campo para llevarles la comida.
Si algún caminante se extraviaba en el monte, el sonido de la “campaneta de San Juan” le orientaría, porque todas las noches, hacia las 6 en invierno y las 8 en verano, los sanjuaneros la tañían.
Pero además de poner en marcha la vida del pueblo y socorrer a los perdidos, su mágico sonido era capaz de esconjurar las tormentas y alejar los pedriscos*.
La ermita está dedicada a San Juan Bautista, el santo más festejado en Europa. Desde tiempos remotos la llegada del solsticio de verano fue una de las fechas más importantes para muchos pueblos de Europa. Coincidiendo con esa fecha, la noche del 23 al 24 de junio, se celebra la fiesta de San Juan Bautista, el día en que se conmemora su nacimiento de Isabel, prima de la Virgen María, 6 meses antes del solsticio de invierno y de la Navidad (nacimiento de Jesús). Su fiesta va acompañada de una serie de rituales, prácticas y costumbres, que parecen remontarse a tiempos precristianos.
Esa noche, la más corta del año, se celebra el triunfo de la luz sobre la oscuridad y en sus rituales las hogueras cobran un especial protagonismo. El fuego de las hogueras heredero de antiguos cultos paganos al sol aleja a los malos espíritus, y le ayuda a renovar su energía.
Es una noche mágica en la que todo puede suceder: las plantas adquieren propiedades especiales, las mozas encuentran novio y el amor no tiene ataduras, encantarias, moras y lavanderas andan en libertad cerca de ríos y fuentes, las grutas secretas de repente son accesibles a los mortales y los tesoros ocultos pueden ser descubiertos...
En Peralta, tiempo atrás, antes de salir el sol, hombres y mujeres iban a coger agua de la balsa para por la mañana "Sanjuanarse" con ella. También ponían en esa noche, un ramo de "fendejos" (esparto) en los nogales para que las nueces no se cucaran.
Ermita de San Joaquín. Peraltilla

En un montículo que domina el pueblo, el barranco de La Clamor, el Canal del Cinca y las huertas, se erigió una ermita en honor a San Joaquín, patrón de Peraltilla. Frente a la simplicidad del exterior y a la modestia de los materiales usados en la construcción, en esta obra barroca destaca la decoración del interior. La cúpula que cubre el presbiterio se decoró con pinturas populares de tema cinegético y profano. El arco triunfal de acceso al presbiterio se ornó con yeserías de estuco policromado, igual que las ventanas que dan luz a la nave, enmarcadas con rocallas y otros motivos vegetales característicos del último barroco.