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Una de las curiosidades quizá menos conocida de Alquézar es que posee un esconjuradero y no solo eso, sino el significado mágico que le acompaña. Vamos a explicarlo.

La torre central de la parte más alta de la muralla de Alquézar, construida en el siglo XVI, fue recrecida en el XVIII y acondicionada como esconjuradero. Pero ¿qué significa exactamente? Los esconjuraderos son sencillas construcciones de piedra muy frecuentes en estas tierras, donde se tenía un terror atávico a las tormentas. Suelen estar en lo alto de cerros o montes, casi siempre cerca de iglesias o ermitas, y cuentan con aberturas hacia los cuatro punto cardinales, ya que su única función era esconjurar las tormentas.

Y es que antiguamente se creía que las tormentas eran provocadas por las brujas. De hecho hay testimonios antiguos de personas que aseguran que las han visto volar sobre nubarrones, dirigiéndolas. Es más, la leyenda dice que dentro de cada bola de pedrisco (granizo) hay un pelo de una bruja. Por ejemplo, en papeles de la Inquisición, hay revelaciones de cómo la bruja Dominica la Coja confesaba haber conjurado una gran tormenta de granizo, con cantos y bailes, orinando en el suelo, cogiendo el barro y lanzándolo después al cielo.

Tal era el miedo, que a principios del siglo XVIII la Colegiata de Alquézar contaba con esconjuradores que diariamente bendecían los términos y conjuraban los nublados y tormentas, tocando las campanas e invocando a Santa Bárbara.

 

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  • Alquezar. Esconjuradero

 

La casa, en el sentido que se da en Aragón a esta palabra, es mucho más que un inmueble: lo es todo. Aglutina a las personas que en ella viven, los animales y medios de producción, todo su patrimonio y en ella se almacenan los frutos de los trabajos agrícolas. Como es esencial para su supervivencia, el hombre necesita protegerla de las fuerzas del mal y propiciar la fertilidad de los campos y de los animales. Esa misión profiláctica tienen las patas de jabalí y garras de aves que verás clavadas en algunos dinteles y portones de madera. Otras veces se trata de camisas de serpiente, colas de rabosas, flores de cardo, ...

Los espantabruixas, colocados en aleros o chimeneas, evitaban que las brujas entrasen por la falsa.

Pintar los vanos con cal con azulete fue una práctica muy frecuente que aunque en realidad tiene que ver con el control de los insectos, por extensión de su carácter protector se consideraba también como una buena defensa contra los espíritus maléficos.

Los llamadores o trucadores con forma fálica o animal (serpientes, lagartos, peces,...) atraían la fertilidad tan anhelada para la continuidad y la prosperidad de la casa.

A veces, las dovelas que conforman las portadas están decoradas con motivos astrales que recuerdan al sol, cuya luz y calor regeneran la naturaleza y hacen germinar las cosechas.

Vírgenes y Santos guardan las casas de todo mal desde capillas y hornacinas abiertas en los muros de las fachadas y desde placas que en las puertas rezan “Dios bendiga esta casa”.

 

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  • Alquezar. Proteccion de la casa

 

En la fachada de Casa el Estanquero (hoy convertida en un hotel) campea un escudo que lleva la fecha de 1784. En él aparece una torre de tres pisos de la que sale un brazo que sostiene ¿una lanza con una cabeza clavada en su extremo? Eso es lo que algunos quieren ver aquí, como representación gráfica de la leyenda que explica la conquista del castillo de Alquézar.

Dicen que el rey moro sometía a sus súbditos a constantes abusos y que para satisfacer sus caprichos exigía que se le entregaran las jóvenes vírgenes más hermosas de la zona. Así fue hasta que una valiente joven de la vecina aldea de Buera tomó la iniciativa: ella sola penetraría en el castillo y a una señal suya desde la torre más alta, los cristianos atacarían y vencerían sin dificultad.

Aunque parecía una locura nadie pudo persuadir a la muchacha para que abandonase. Al caer la noche se vistió con sus prendas más sutiles, recogió sus largos cabellos rubios con una afilada peineta y se presentó en el castillo para ofrecerse al rey, quien no tardó en abandonarse al vino y a la belleza de la chica. Ella se soltó el pelo y cuando el rey cayó rendido ante su hermosura, le hundió su peineta en el corazón. Con su propia espada el cortó la cabeza y la sacó por la ventana.

A esta señal los cristianos atacaron y los musulmanes, confusos, sin líder y viéndose perdidos, decidieron darse muerte. Vendaron los ojos de sus caballos y al galope se precipitaron al vacío. Dicen que algunas noches aún se escuchan allí relinchos y desesperados gritos: los de las almas de aquellos soldados moros.

 

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  • Alquezar. Leyenda de la conquista

 

Durante muchos años, las campanas combatieron las heladas, las tormentas, las sequías; despertaron cosechas; atrajeron lluvias; alejaron a las brujas... Pero la campana de la Colegiata de Alquézar trae rumores de fantasmas, de espíritus, de almas en pena...

Dicen que un joven que trabajaba como aprendiz de Campanero se presentó en la Abadía de Santa María de Alquézar, al enterarse de que andaban buscando a alguien para tocar en ella. Al llegar vio allí al Abad que le dijo: "Después de la primera noche, hablaremos despacio".

Nada le indicó de horarios de misas, ni de toques, ni de oraciones. Pero al aprendiz sólo le movía una urgencia: conocer la campana principal de la Abadía. A punto de abrir la portezuela para subir al campanario, una vieja se le acercó.

-Hijo, -susurró- aléjate de la campana encantada. No gusta de manos humanas vivas.

Y desapareció entre las sombras de una capilla lateral. Pero el chico sonrió para sus adentros, sin hacer caso a las supercherías de la vieja.

En apenas una hora, pensaba, podría estrenarse con el toque de la medianoche, pero su asombro no tuvo límite cuando una campana empezó a sonar. Debía ser una campana descomunal, a juzgar por el estruendo que allí se oía. No, desde luego, no era un cimbalico empujado por el viento, era la mismísima campana de la Agonía tocando a muertos.

Pudo más su curiosidad que el pánico que sentía. ¿quién estaba tocando?, porque de seguro allí había alguien. ¿Sería el anterior campanero despechado y vengativo? ¿O quizá el mismo Abad poniendo a prueba su arte y su destreza? El muchacho subió muy cauto, los peldaños que le separaban del campanario. Justo al llegar a la vista de la campana, ésta volvió a sonar. ¡Nunca antes había escuchado un tañido más triste, y al mismo tiempo tan desgarrador, tan violento!.

Pero lo peor de todo es que allí no había nadie. La vela se apagó y ante él, se presentó una sombra más oscura que la misma noche. Un aletear de pesados hábitos rozó su piel, y un aliento helador y pestilente le estremeció. Entonces oyó decir al fantasma:

-Fui en vida Abad de aquesta santa Abadía consagrada a la Señora cuyo nombre no soy digno pronunciar... Sacrifiqué los últimos años de mi cuerpo terrenal con las más duras y espantosas penitencias... Mas mi alma ni tuvo, ni tiene perdón. Porque mi pecado fue y no fue de carne, eternamente deberé pagar... Surgió ante mí aquella sobrenatural belleza sin par, y aún me pregunto por qué, ¿quién lo permitió? ¿por qué aquella aparición en mi solitaria celda a turbar vino mis sentidos e hízome caer? Con el cuerpo de una hada incorpórea hube de folgar en mi inconsciencia pecadora, arrebatado de tan engañosos encantos, y ahora, y por siempre, y por los siglos de los siglos, encontraré palabras a mi dolor en el badajo de esta campana, y mi llanto arrepentido convertiráse en tañer de Oficio de Difuntos...

Y tras cada frase, la campana tocaba una y otra vez... Esa misma noche murió el Abad con el que el muchacho había hablado apenas unas horas antes.

Chema Gutiérrez Lera: Aragón: sus leyendas (1997)

 

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